Yo me acuerdo de las 4 bicicletas
que he tenido en la vida: La Monareta con las rueditas auxiliares con la que
aprendí a montar en casa de mi abuela. La blanca con llantas rojas que un
“amigo de lo ajeno” se llevo del pórtico de mi casa. La que me acompaño por 15
años, una mal llamada “todoterreno” porque ni siquiera tenía amortiguadores. Y
por último, la negra con blanco en la que me ven paseando por la ciudad.
Siempre tuve una fascinación por los
caballitos de acero pero debo confesar que apenas el año pasado decidí a
aventurarme a recorrer más la ciudad en bicicleta.
Antes me limitaba a salir de vez en
cuando a Ciclovía los Domingos. Bendita Ciclovía! y benditas Ciclorutas!,
espacios limpios y sanos de Bogotá que permiten rodar seguros.

Sin embargo, en muchas ciudades del
mundo, en especial en Europa, es el primer medio de transporte. Hombre y
mujeres se desplazan a sus lugares de trabajo, universidades, incluso de
rumbear en bicicleta. Y cada vez hay una tendencia a moverse en medios de
transportes más limpios.
Pero andar en bicicleta a diario
implica algo importante, la pinta. Dado el paradigma, es difícil entender que
rodar bien vestido es factible. Hacer recorridos cortos, tener una bicicleta
con guardabarros y guarda cadena, son los primeros pasos para desplazarse en
bicicleta de manera muy chic.
Así empecé a cambiar con mi forma de
pensar, en principio comencé a hacer recorridos por lugares cercanos, ir al
banco, al supermercado, a tomar café, etc. Nada que no se saliera de un radio
de 20 cuadras, siempre pensando en que me debía ver muy bien rodando. Poco a
poco descubrí que Bogotá es una de las ciudades más amigables para andar. Tenemos
las maravillosas Ciclorutas y no es necesario andar al lado de los carros ni
tragarnos el humo de los buses. Es así como en este momento puedo irme de
pantalón negro, camisa negra y un abrigo a la oficina, muy elegante y sobria
¿verdad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario